La calle efímera de los recuerdos.

Era una noche cálida y húmeda en la ciudad de Pelliza. Salgo, como todas las noches, a vagar por las calles de la ciudad; acostumbrado a la cotidianeidad y a disfrutar aquellos paisajes donde la luna resplandeciente es la protagonista del momento. 

Entregado a la naturaleza del barrio y sentado en el rincón de la calle, observo frente a mis ojos aquel parque lleno de recuerdos y experiencias vividas de la infancia, momentos acompañados de mis juguetes, el doctor Píccolo, y mi fiel amigo héroe, Chester; mientras miro a los vecinos de la ciudad llevando su rutina y compartiendo la mirada los unos a los otros. 

Observo a lo lejos una luz que pasaba desapercibida. Me intrigo y pienso, ¿acaso soy el único que se sorprende al ver aquella luz sin final? o ¿sólo será parte de mi tan pesado sueño? 

Al pasar los minutos, escucho una voz que retumbaba en mi cabeza; una voz temblorosa pero dulce que venía en dirección de aquella luz tan intrigante. Entregado al destino, y con mil escenarios posibles en mi cabeza, camino por la calle hacia esa luz brillosa, la cual cada vez se hacía más y más grande. La imponente y clara voz me llamaba sin parar pero sin darme cuenta y en un abrir y cerrar de ojos, la ciudad se partió en dos de forma vertical. La luz, que quemaba mis ojos, se iba apagando para mostrar a lo lejos unas figuras grandes y robustas, figuras nunca antes vistas. 

En ese momento la voz dejó de hablar y al observar con más claridad esas figuras grandes y robustas me doy cuenta que mis fieles amigos de la infancia, que yo había olvidado en su tiempo, vivían y eran reales en un universo paralelo. El doctor Píccolo y el héroe Chester, eran figuras gigantes navegando por aquella ciudad; hablando y siendo grandes amigos en la calle efímera de los recuerdos. 

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